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martes, 14 de enero de 2014

Santiago de Cuba, habitar una historia para escribir algo del deseo.


Roberto F. Saban
Psicoanalista. Córdoba, Argentina.

                                                                              


 “… y si un hombre atravesara el paraíso en un sueño,
                                                                       y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí,
                                                                        y si al despertar encontrara esa flor en su mano …       ¿entonces qué?...”
Samuel Taylor Coleridge     
                                                       


Siempre me he preguntado por los lugares incómodos donde nos pone nuestra práctica. ¿Qué nos lleva al  dolor humano como moneda corriente?  ¿Cómo es que llegamos a  optar por callar, frente al relato de un paciente, cuando pareciera que se nos impone  decir un montón de palabras? ¿A cuenta de qué sostenemos  la elección de  ese lugar de silencio, casi de no presencia?

¿Por qué obstinarse en la lectura de cierto trazo de verdad humana escrito  hace más de cien años en Viena. Tan lejano de nuestro tiempo que no sin asombro  podemos decir que nació con el cine? En aquel momento en que el séptimo arte aún era mudo.

Más contemporáneamente ¿qué nos mueve a leer una y otra vez un discurso francés, heredero de aquel, del que en esta parte del mundo, no reconocemos su versión familiar “oficialmente” editada y tomamos en su lugar la que circula en fotocopias casi anónimas, ahora en “cd”. (hablo en primera persona)  ¿Qué nos mueve a bucear su estilo herméticamente  “gongoriano”?.

Quizás se trate de pagar y hacerse pagar por los efectos de una palabra, a la que apostamos ciegamente, cómo lo hace el jugador.

Pero no cualquier palabra. Hay la certeza de que es una palabra que hace cadena. Una palabra que hace lazo, convoca a otro, y en ese acto nos permite escribir algo de eso que nos mueve: el deseo.

Deseo: lo indecible, innombrable, inasible, y que sin embargo nos hace presente una y otra vez algo propio pero desconocido que en repetición no es más que en una invitación a hacer algo con ello. 

Se me pide que escriba unas líneas de mi paso por Santiago para este número de “El deshollinador”. Y entonces no puedo dejar también de preguntarme  ¿qué es lo que hizo que un grupo de estudiantes de psicología y  psicoanalistas, se levantaran un domingo por la mañana, UN DOMINGO POR LA MAÑANA, insisto, a escuchar a un desconocido en la apuesta ciega a un  discurso que podría decir algo de interés.

Qué decir de Santiago, capital de Oriente, la provincia revolucionaria por tradición, sino que en esa mañana de domingo, en una hermosa galería, cerca de un bello jardín había DESEO, puesto a rodar (y los adjetivos hablan del mío). Deseo por un discurso que hace cadena; existencia del  Grupo Lacaniano de Santiago de Cuba y sus acciones.

Deseo por un psicoanálisis que todo practicante hace propio a su manera, del que cada uno deberá apropiarse para poner a hacer algo con eso que lo mueve a lugares tan incómodos.

Deseo que se está escribiendo en un psicoanálisis “a la cubana”, donde no valen los preconceptos ni los “encuadres” de esta parte del mundo; y que como ya sabemos fue lo que promovió la revolución lacaniana, pues esos encuadres  sólo ahogan eso que pugna.

Se trata de habitar una historia, que es apropiarse de ella, como en otros tiempos presentes ya en la tradición de Santiago de Cuba, y hacer lugar así a  la escritura del deseo. De la historia del psicoanálisis Santiaguero del cual uds son los fundantes, formará parte nuestro encuentro de  aquel domingo, que como una vuelta más, repetición mediante, no será sino uno más de los jalones en que se escriba la historia del deseo de analistas/psicoanálisis de los presentes.      

Me permito, para terminar, traer un pequeño fragmento del libro de Paul Auster “Brookling follies”, que refiere una historia de la vida de Franz Kafka, que verdadera o no,  al circular se hace verídica.  Como  yo vivo del “otro lado” y desconozco si el libro de donde tomo esta cita  está a disposición de todos  transcribo:   “La historia de la muñeca”.

“La historia de la muñeca … Estamos en el último año de vida de Kafka, que se ha enamorado de Dora Diamant, una chica polaca de diecinueve o veinte años de familia hasídica que se ha fugado de su casa y ahora vive en Berlín. Tiene la mitad de años que él, pero es quien le infunde valor para salir de Praga, algo que Kafka desea hacer desde hace mucho, y se convierte en la primera y única mujer con quien Kafka vivirá jamás. Llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere la primavera siguiente, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales de Berlín: escasez de alimentos, disturbios políticos, la peor inflación en la historia de Alemania. Pese a ser plenamente consciente de que tiene los días contados.
Todas las tardes Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña.  Un día, se encuentra con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje” le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?” le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?” pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?
Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta en el escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente, falsa quizás, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.
Al día siguiente Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña  lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.
Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene una historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada como para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.” 


Digo, habitar una historia es escribir deseo. La historia del psicoanálisis en Cuba se está escribiendo. 

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