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viernes, 23 de agosto de 2013

Un fallo en la institución de salud

Me interesa compartir una anécdota de algo que para mí fue muy cómico. Ocurrió en la sala de psiquiatría de un hospital en mi ciudad. Luego lo escribí porque me pareció pertinente divulgarlo en nuestro medio. Fue publicado posteriormente en el BOLETÍN ON-LINE nº 20. II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA, "Las Servidumbres Voluntarias", de la ELP. Entonces aquí va:


Un fallo en la institución de salud

Javier Ladrón de Guevara Marzal

El Otro evaluador funciona muy bien en las instituciones de salud mental.
La sociedad actual marca un ritmo acelerado donde los “profesionales de la salud “creen que no hay tiempo para escuchar al paciente, no hace falta escuchar lo que en ellos ya no funciona, cuando “la mente no sirve”, para qué pierden su tiempo oyendo a un loco, sino es para medicar y clasificar. Es así como marcha la organización que emplea a psiquiatras y psicólogos, es su política y les va muy bien, ¡hasta tienen su manual de clasificación!, actualizado cada cierto tiempo para llenar sus agujeros y que todo marche bien. Entonces no necesitan más nada que aprender de memoria la lista de síntomas que aparecen en su libro de preferencia (DSM, CIE o Glosario Cubano,… un poco más adaptado a nuestras características…), aprender cómo situar de un lado o de otro a ese que viene pidiendo ayuda o que es traído por alguien: psicótico o neurótico o deficitario o trastorno de personalidad o todo junto, entonces a cada quien su pastillita o su electricidad en el cerebro.
Usted posee determinadas características que se salen de lo común y puede ser tomado como alguien que no es muy ajustado mentalmente y, por tanto, candidato posible a engrosar las estadísticas de trastornados.
La tarea se resuelve rápido, eliminar el síntoma, adaptar a la persona a un estándar de salud, tanto como puedan y si no,… bueno, entonces se corre el riesgo de ser internado,… ajustado.

Es así como van las cosas en las instituciones de salud, con su ritmo de promesas de bienestar y sordera, sin tener en cuenta lo que dice el sujeto, no hay sujetos, sólo números, objetos portadores de trastornos.
¿Para qué les sirve escuchar?, es mejor andar sin oreja si ya todo está sabido de antemano, en la academia y en los manuales. Para los “profesionales” ahora es mucho más fácil ubicar en un trastorno que escuchar.
Por suerte existe el psicoanálisis, con un oído presto a oír, como un agujero en el discurso del manual que no juzga ni clasifica, sino que permite que se aloje lo más singular de cada quien, su relación particular consigo mismo y con los demás ayudando a descifrar el mensaje del inconsciente, expresado por excelencia en el síntoma.
Me interesa compartir algo de mi experiencia personal y que creo se ajusta al tema de este foro: estuve visitando el Hospital Psiquiátrico de mi provincia Santiago de Cuba, en función de entrevistar a pacientes diagnosticados como esquizofrénicos que me ayudarían en mi tesis de diplomante en Psicología. Debía encontrarme con un psicólogo de la institución, quien me serviría de guía, al no encontrarlo decido ir por mi cuenta a una de las salas donde seguro encontraría a los sujetos de mi investigación.
Al abrir la puerta de una de ellas, había un grupo de enfermeras llenando unos papeles y se podía ver algunos pacientes haciendo cola para tomar alguna bebida (era su horario de merienda). Asomo la cabeza por la puerta y le pregunto a una de las enfermeras por el colega que yo buscaba, pero ella no entiende muy bien y me grita: ¡Busca tu vaso!, de pronto no comprendo y seguramente se dio cuenta pues tuvo que repetirme: ¡que busques tu vaso!, o sea, que me uniera a la fila de pacientes que esperaban el líquido de su merienda, para ella yo era seguramente uno que se había salido sin que ellas se percataran, el estereotipo funcionó muy bien: un tipo peludo, sin afeitar y desubicado es igual a un “enfermo mental”, la matemática de la psiquiatría actual es exacta.
Después de la sorpresa que me causó el malentendido me dio bastante gracia y tuve que entrar a la sala para que la enfermera notara que andaba con la bata que se usa en las instituciones de salud y que me autorizaba a estar del lado de “los cuerdos”.
Ella por supuesto pidió disculpas y casi se muere de la pena, y yo no pude encontrar al colega, así que me dispuse a entrevistar por mi cuenta. Pero es irónico, si yo no hubiese tenido conmigo ese objeto de los médicos, tal vez hubiese tendido que tragarme algunas pastillas o recibir corriente por las sienes, quizás si me hubiese puesto poco colaborador y no hubiese sido tan gracioso para mí. La línea divisoria entre lo que puede ser locura o cordura es un invento macabro que puede ser puesto en ridículo por lo más singular que tiene cada uno.

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